jueves, 7 de julio de 2011

El mouleskine de una periodista en paro


Cuando era adolescente y soñaba con contar historias, lo hacía también en la papelería de El Corte Inglés, mientras ojeaba los libros de las reporteras y corresponsales que admiraba o mientras me compraba el cuaderno que alojaría los relatos que comenzaba a escribir y que salían de mi imaginación.

En ese paseo a lo largo de la sección que más recorría del centro comercial, me quedaba mirando siempre la estantería de las mouleskine. Las cogía, las acariciaba, pensaba en cómo una simple libreta podía haber estado en el bolsillo de grandes artistas del siglo XX, y me imaginaba al lado de ellos, tomando un café con Hemingway o Vang Gogh.

Nunca me compré ninguna, siempre desee tener la gran idea para no desaprovechar las hojas de esas libretas que con su simple olor hechizaba a los más románticos. Luego vino la era del ordenador y me sentí incapaz de coger un boli y accionarlo tan rápido como cuando hago bailar cada una de las teclas.

Pero he puesto fín a esa idea moderna. El paro me va a dar tiempo para fomentar la sensibilidad que el trabajo diario de una redacción te obliga, por tiempo, a que guardes en el segundo cajón.

Hoy rescato mi mouleskine, mis gafas, mis pluma.. Y me lanzo a la aventura. A las de una periodista en paro.

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